lunes, 12 de febrero de 2018

Tocando a muerto


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Se ha puesto de moda - ahora - hablar de la despoblación que nos rodea, de la España vacía (La España vacía: viaje por un país que nunca fue. Sergio del Molino-2016), de la Siberia o la Laponia del sur, etc. Y aunque los calificativos puedan servir para definir una realidad, no ocurre lo mismo si - como debería de ser - conjugásemos todos con responsabilidad el verbo irregular vaciar, es decir que no es lo mismo utilizar la tercera persona del presente de indicativo: él vacía, que la primera persona del plural del pretérito perfecto compuesto: nosotros hemos vaciado.

Villarrobejo. (Palencia-Spain)

Y es que no nos engañemos, pues históricamente hablando, una buena parte de la Península Ibérica fue casi siempre un territorio despoblado, sobre todo en sus zonas más interiores, no ocurriendo lo mismo en sus territorios periféricos. Lo estaba cuando nos invadió el  Imperio Romano, cuando los barbaros reemplazaron a estos, así como cuando lo hicieron los árabes, aquellos que definían a gran parte de las dos mesetas como “tierras de nadie”.
El clima, las pestes y las guerras ayudaron mucho a ello, además de una pobreza secular. Viajeros extranjeros que nos visitaron en los siglos XVI, XVII y XVIII, hablan de unas tierras interiores asoladas, casi deshabitadas, donde los bandoleros campeaban a sus anchas. El mismo Codex Calixtinus, la primera guía del Camino de Santiago que fue escrita e iluminada a mediados del siglo XII, da una imagen muy parecida.
Y es que la España interior, nunca estuvo excesivamente habitada, exceptuando algunos poblaciones que por caprichos de los monarcas de turno, cambiaban sus cortes de un lugar a otro, lo que suponía que temporalmente aquella zona creciese poblacionalmente, para luego languidecer con la misma premura (Oviedo, León, Burgos, Valladolid, Toledo, etc.). El siglo XVIII, fijó definitivamente estas constantes y desde entonces hasta ahora, nada tiene que ver la Península Ibérica interior y más rural, con la periférica; y utilizo el geotopónimo de Península, pues lo mismo que ha ocurrido en España, puede verse en la parte portuguesa.

Nuestra sociedad rural se nos muere, así de rotundo, las octogenarias y longevas generaciones que escasamente la poblaban están cerrando su ciclo vital, y no existe - por que no hemos sido previsores en su día - una generación de reemplazo. 

Yo que vivo en el centro una pequeña capital de provincia, raro es el día que no escucho la campana de la parroquia “tocando a muerto”, y lo mismo ocurre en poblaciones que ya no llegan ni al millar de habitantes. Las obras mayores que se están haciendo en muchos pueblos, son las ampliaciones de los “camposantos” y las naves velatorio. Así que si viajan por la España interior, y de vez en cuando oyen el mortecino doblar de las campanas, no pregunten ¿por quién es?, ya se lo digo yo, la España rural se nos está muriendo irremediablemente (requiéscat in pace).

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