Hoy 22 de Febrero de 2019 se cumplen
ochenta años del fallecimiento en Collioure (sur de Francia) de uno de los
mejores poetas que este país ha parido, y ha parido unos cuantos. Antonio
Cipriano José María Machado Ruiz (1875-1939) fallecía (¡oh! paradoja) un frío y
gris Miércoles de Ceniza en el más triste exilio, enfermo y casi abandonado,
mientras veía como se cumplían sus más negros presagios sobre la Segunda
República Española, a la que apoyó y defendió hasta el final.
la bella población francesa de Collioure (Francia) |
Hace menos de un año pasé por la pequeña,
bella y cara población francesa de Collioure, donde es más fácil encontrar
hotel que aparcamiento, y como era de rigor hice una visita a la tumba de don
Antonio Machado y de su madre, pues allí reposan los dos, ya que fallecieron casi
seguidos, y cuya sencilla tumba se conserva en el viejo y céntrico cementerio
de esta villa francesa, a la cual debemos de estar agradecidos todos los
españoles por haber sabido conservar lo que nosotros hemos despreciado, y eso
que allí no faltan las flores, notas y banderas republicanas que se siguen meciendo con
la brisa del Mediterráneo.
Hoy también me entero que con motivo de
este ochenta aniversario se va a pasar por allí el ya ex presidente socialista
Pedro Sánchez y que la Junta de Castilla y León quiere traer sus restos a
Soria. También por allí anda el hispanista Ian Gibson (Dublín, 1939) que
recientemente ha publicado un libro “Los
últimos caminos de Machado: de Collioure a Sevilla”(editorial Espasa) y al
cual me uno y apoyo en sus manifestaciones para que los restos de Antonio
Machado no regresen nunca a España, pues este ruin e ingrato país no se los merece, y ahora menos que nunca.
Tumba de Antonio Machado y su madre en Collioure (Francia) |
Además España carece de Panteón de Hombres
ilustres, ya que los restos de muchos están desperdigados o desaparecidos, cosa
que no ocurre en otros países de nuestro entorno, como por ejemplo en Francia,
así que prefiero que Machado siga en su sencilla tumba de Collioure, acompañado
por el premonitorio auto epitafio "Y
cuando llegue el día del último viaje y esté al partir la nave que nunca ha de
tornar, me encontraréis a bordo ligero de equipaje, casi desnudo, como los
hijos de la mar".